Dolor de deseo

No sabía qué había pasado por su cabeza cuando lo había visto en el escaparate. Ni siquiera podía decir lo que había hecho para entrar en la tienda y salir con algo así. Tampoco, si le hubieran preguntado, habría sabido decir cuál era la conversación que había mantenido con su pareja ni el por qué le había mostrado eso.

Y ahora se encontraba ahí, atada de pies y manos, abierta y expuesta para su pareja, vestido solo con los pantalones, su pecho al descubierto cubierto por una fina capa de deseo y su entrepierna bastante visible con la excitación que tenía en ese momento. Y en su mano… En su mano el objeto que había provocado todo eso.

La mano de él, moviéndola, ondeándola, una fusta especial para “dominarla”, para encontrar la pasión especial que tenía dentro. Él había dicho que la enseñaría; pero no se había imaginado estar atada, su trasero levantado para él.

Había dicho que no dolería, pero verlo levantar la fusta la había asustado. Tenía miedo de sentir dolor, por eso él había puesto una venda en los ojos y sus manos jugueteaban por todo su cuerpo, besándola en la espalda, el cuello, la boca. Podía notarlo, las sensaciones se incrementaban hasta que por unos segundos perdió el contacto y lo siguiente que supo fue de la picazón de la fusta al caer sobre la nalga izquierda, seguida de la caricia de él. Ese dolor no había sido más que de unos segundos, segundos que auguraban el mayor de los anhelos. Y él tenía el poder de llevarla hasta la cima de ese nuevo descubrimiento.