Imagina
5 de noviembre de 2014 por Judith Viudes | Posteado en Hablan expertos Factor Mujer, Ideas eróticas, Judith Viudes, Relatos eróticos.Me gustaba su olor, me recordaba a una efervescente fragancia de rosas y mar.
Me encontraba sentada y semidesnuda en aquella simple silla, el frío del asiento penetraba en mis nalgas de porcelana… Y él, detrás de mí, sabía cómo apartar con maestría los mechones de pelo que cubrían mi nuca para pasear su lengua por ella.
¿Sabes esa sensación cuándo la espuma blanca del mar roza tú piel húmeda e inunda cada poro de la piel con un cosquilleo salado?
Esa sensación es la que sentía cuando sus dedos, untados de saliva picante, rozaban delicadamente la areola de mi pezón. Recuerdo como humedecía la zona y luego soplaba… para acabar mordiendo sutilmente mi punta, erizada para él.
Tenía las manos atadas a los barrotes de la silla y eso me inquietaba, me descontrolaba imaginarme perdiendo el control sobre mí… entregándoselo a él por primera vez.
La cuerda presionaba mis delicadas muñecas, casi podía percibir la zona levemente enrojecida por la presión, pero mi atención se desvanecía rápidamente con el placer que sentía cuando sus manos grandes y cubiertas de aceite embriagador, aparecían desde mi espalda y agarraban intensamente mis pechos, masajeándolos de forma pausada. Resbaladizos y brillantes bajo esa tenue luz que inundaba toda la habitación.
Mientras, su aliento candente en mi oído, se fundía con su entrecortada y excitada respiración. Le gustaba verme inmovilizada, le ponía ver mis pezones firmes por su entusiasmo.
Se puso delante de mí, y sin dejar de clavar sus pupilas en mi mirada, se arrodilló en el suelo para estar a mi altura. Colocó sus rudas manos sobre mis rodillas y las abrió bruscamente sin pensarlo dos veces. Eso me hizo gemir levemente.
Ahí estaba todo mi sexo abierto, húmedo y semi descubierto para él. Podía notar como la fina tela de mi tanga negro había quedado atrapada entre los labios mayores de mi vagina. Y empezaba a empaparse de mi excitación incontrolada.
Me miraba morbosamente y esbozaba una media sonrisa mientras se levantaba y me dejaba allí sola. Atada, excitada, mojada y sedienta.
La incertidumbre me mataba, ¿dónde había ido? ¿Qué me iba a hacer? ¿Me iba a dejar ahí sola y agitada?
A los pocos minutos lo escuché de nuevo acercarse a mis espaldas. El corazón se me disparó y podía sentir las palpitaciones ruborizadas. Colocó una cinta malva de encaje sobre mis ojos y la ató con fuerza… Al momento agarró mi pelo y tiró, movió bruscamente mi cabeza hacia atrás. Se acercó a mi oído derecho y me susurró “¿preparada?” Sólo supe asentir con la cabeza, mientras mi respiración agitada estremecía mi ser. Sentí miedo a la incertidumbre.
Fue cuando empecé a sentir que paseaba un objeto duro y gélido por mi esternón empapado de aceite. Lo deslizó hasta mi boca y me dijo “abre la boca y saca la lengua”. Obedecí.
Supe lo que era cuando empezó a deslizarlo por mi lengua, un dildo liso de cristal.
“Humedécelo bien, vas a follarte”, me dijo. Y mientras lo lamía, empecé a sentir como pellizcaba con sus dedos mis labios mayores descubiertos y suaves. Empezó a apartar con sutileza la tela pegada a mi vagina y dejó todo al descubierto.
Apartó el dildo de mi boca y empezó a deslizarlo por mi barbilla, cuello, bajó por mi esternón, llegó a mi vientre, resbaló por mi pubis y lo depositó gélido sobre mi clítoris. Ejerció una pequeña presión y siguió friccionando con movimientos circulares. Estaba empapada.
Presentía que iba a correrme en cualquier momento. Era tan sublime la excitación y el placer que me hacía sentir que perdí la noción del tiempo y el lugar.
Y sin pensarlo dos veces embistió el cálido cristal dentro de mí. Grité. El dolor me hizo volver en sí, desperté de aquel éxtasis en el que estaba sumergida. Retiró lentamente el juguete empapado de mí y me cogió la mandíbula con su mano, me abrió los labios e introdujo la punta de su firme polla en mi boca. Qué deleite. Me excitaba recrearme con ella sin poder verla, sólo imaginarla y saborearla.
Ya había olvidado el dolor de mis muñecas presionadas e inmóviles. No sentía las manos, las tenía adormecidas. Me desató una mano de los barrotes y me colocó el dildo sobre ella.
“A ver qué sabes hacer con esto” me dijo, “pero no te corras hasta que yo diga”. Así que empecé a masturbarme con ese cristal… Mientras su falo viajaba a su parecer de mi boca a mis pechos intermitentemente.
Que sublime sensación… Sometida, sin poder ver, dando rumbo incontrolado a la imaginación, enormemente excitada, masturbándome con cristal y la mano aun adormecida, sintiendo su miembro duro paseando por mis pechos y boca. Dejándome llevar.
“Si no paro me voy a correr” le dije entrecortadamente. De repente, el cesó y me quitó el dildo escurridizo de la mano. Se hizo un silencio, sólo se escuchaba la agitada y libidinosa respiración de ambos, entremezclada con la fuerte lluvia que caía afuera.
“Vas a correrte con la lluvia cuando yo te diga” me susurró rozando sus labios con los míos. Estremecí. Comenzó a desatar la otra mano que aún tenía anclada a los barrotes de la silla, completamente dormida, no la sentía. Me cogió del pelo y me guió a ciegas, salimos de la habitación y al momento sentí que estábamos cerca del balcón. “Quédate quieta”, me dijo.
Escuché como abría la ventana y sentí una bocanada de aire fresco que me dejó toda la piel erizada. Agarró mis brazos y me dijo seriamente “Sujétate con ambas manos a la barandilla del balcón e inclina la cabeza hacia delante”. Entonces sonreí. Empecé a sentir como las gotas celestiales de lluvia mojaban mi cara, mis brazos y mis manos… A la vez, tenía mis piernas juntas, sentía como el interior de mis muslos rozaban deslizantes por mi pura humedad.
Lo sentía a él detrás de mí, y de repente ¡Zas! Azotó fuertemente mis delicadas nalgas. Podía sentir el ardor de su mano marcada en mi culo. Entre abrió mis piernas y suavemente empezó a introducirme el glande duro y rociado de morbo, la metió hasta el final. Y cuando la tenía toda rígida dentro de mí, volvió a azotarme aún más fuerte. Se deslizaba hacia dentro y hacia fuera con una alterna mezcla de brusquedad y sutileza.
Allí estaba yo. Asomada al balcón, medio sumergida en la lluvia y penetrada sin cesar. Me flaqueaban las piernas de la satisfacción, había abandonado mi yo y se lo había cedido a él. Estaba haciendo conmigo lo que quería, y eso de algún modo me complacía.
Colocó dos de sus dedos sobre mi clítoris mientras me penetraba allí de pie. Me masturbó al compás de su baile y le dije “me voy a correr”, entonces aumentó la intensidad de sus movimientos pélvicos y la presión sobre mi sexo. En ese momento sentí como mi vagina empezó a contraerse espasmódicamente de placer, el orgasmo que sentí fue tan inmenso y eminente que perdí la tonicidad muscular y sentí caer al vacío…
Volví en si fugazmente y sus brazos rodeaban mi cintura desde atrás, me sujetaba para no dejarme caer medio muerta de satisfacción. Allí suspendida, entrelazada con él a mis espaldas y con su miembro aun duro dentro de mí… besaba mi lomo ligeramente.
Me elevó en sus brazos y me llevó suspendida hacia la cálida habitación. Me tumbó en la cama boca arriba y ligeramente se sentó sobre mi abdomen, juntó mis pechos con sus manos y colocó su pene entre ellos. Dios. Que desmedida fogosidad sentía mientras su sexo masturbaba mis pechos, mientras mis pechos masturbaban su sexo.
Aumentó la velocidad de sus movimientos y la presión sobre mis senos, me llegaban a doler ligeramente pero la morbosidad de la situación y sus gemidos irregulares de gozo podían conmigo.
Al momento sentí como su semen rociaba mi torso descubierto y desamparado. Sonreí. Me entusiasmaba saber que yo calmaba sus delirios de grandeza, que era yo quien calmaba su sed.
Se acercó a mi rostro y me retiró la venda que cubría mis ojos, por fin podía verle de nuevo. Tenía unos ojos negros penetrantes y esbozaba una media sonrisa blanca digna de anuncio.
Su cuerpo, completamente desnudo y cuidado, me estremecía de morbosidad. Solamente con observarlo, me complacía. “Quiero que veas cómo me bebo tu libido, exprimida para mí”, me dijo.
Así que depositó su boca sobre mi clítoris y se entretuvo pausadamente comiéndome. Mi mirada clavada en él, lasciva, aumentaba la dosis extra de lujuria que me hacía sentir. Y no tardé nada en volverme a sumergir en un orgasmo indescriptible… Sentí como bebía mi jugo exprimido para él.
“¿Qué estás haciendo conmigo?”, pensaba retumbante en mi cabeza, mientras mis piernas se recuperaban de las convulsiones orgásmicas.
Fue cuando entonces, semi desmayada de pasión, me cogió de nuevo en sus brazos y se sentó sobre la silla donde todo había empezado. Allí sentado, y yo abrazada encima de él, se aproximó a mi oído y me confesó:
“No estoy completo sin ti”.