Tortura en bdsm

Lo tenía justo donde quería, y tal y como quería. Iba a hacerlo disfrutar de la manera que más le gustaba a él, un experto en bdsm, una persona que no temía el dolor, que se reía de él y había probado de todo. Pero ahora estaba ella, y no era una mujer como las demás, tenía bastantes recursos, y eso ya se lo había dejado claro la última vez que habían jugado con un sencillo tenedor.

Ahora no sería un tenedor, serían varios, unidos, creando una prisión para una parte dolorosamente sensible de él que no iba a sentir ningún remordimiento de atormentar. Era su turno para hacerle de todo, y hacerle disfrutar sin que pudiera controlar nada. No iba a esperarse nada.

Privado de la visión gracias a una máscara para evitar que supiera dónde estaba o lo que preparaba, lo contemplaba atado de pies y manos en la silla de la habitación, con las luces a media intensidad, una gasa roja puesta por encima de la lámpara para crear un ambiente más erótico.

Los tacones que llevaba y la lencería de látex le ofrecía una visión de una diosa diablesa, así le había dicho, pero ahora lo importante era su invento.

Golpeó las rodillas de él haciendo que se asustara ante el contacto y se agachó tocando con uno de sus dedos el inflamado pene. Si hasta le daba lástima lo que iba a hacerle. Con ayuda de las manos abrió el aparatito y lo insertó en el miembro de él apartando la mano en el momento justo en que los cuatro tenedores, uno en cada lado, le presionaron junto con las gomas elásticas.

Escuchó el grito de él y cerró los ojos asimilándolo. Ahora era suyo, no podría hacer nada, solo suplicar por un poco de clemencia para quitarle ese “juguetito” que tanto le iba a dar de sí.

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