La risita de él la hizo mover la cabeza hacia el sonido.
- Te has tensado… Intentas que no te afecte.
- Estoy enfadada.
- ¿Por? – Odiaba cuando no sabía lo que decir. No era capaz de acordarse, menos cuando estaba en esa situación. Ni siquiera tenía ya su ropa interior. Él se había encargado de ella con una de las tijeras de la cocina. Bueno, podía estar enfadada por eso mientras recordaba el enfado principal.
- Perdón… – Un suave beso en la zona que la columna pierde su nombre. – Perdón… – Otro beso en una de sus nalgas. – Perdón… – La otra nalga, celosa de su hermana. Quería saber dónde recaería el siguiente beso, pero no llegaba.
En cambio solo obtuvo el movimiento detrás de ella y, de repente, un líquido cayendo desde los hombros, derramándose por su espalda, bañándola y el olor a vino y fresas impregnando el ambiente. Le hacía cosquillas ese líquido, pero éstas pronto se perdieron cuando la lengua de él empezó a lamerla.
- ¿Me perdonas? – Preguntó cuando ya había lamido la mitad de la espalda. Ella, apenas pudiendo respirar uniformemente, y menos coordinar después de sufrir su ataque, se volvió a él.
- ¿Un poquito más? – La sonrisa de él iluminó su rostro. Acercó sus labios a los de ella dejándola probar de su propia boca la pintura corporal que le había echado, su sabor mezclado con el sabor de su piel y la de él mismo.
- Golosa…
- Gánate el perdón. – Replicó ella empujando contra él para devolver esos labios a su lugar. Con ella.
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