Estaba desnuda de cintura para arriba, expuesta a la visión de él, bueno, lo que era su espalda, pues no se dignaba a darse la vuelta. Él la había vuelto a sujetar por las muñecas, que mantenía sobre la encimera. Estaba fría pero notaba cómo los dedos la acariciaban y eso la iba encendiendo lentamente… Maldecía a su cuerpo por excitarse a pesar del enfado que tenía. Lo había oído pedirle perdón varias veces mientras le besaba la nuca y viajaba hacia delante, la mordisqueaba y volvía a ir hacia atrás. Pero ni una vez había sucumbido. ¡Bien! Todavía tenía algo de dignidad.
- No las muevas. – Dijo él sacándola de su ensoñación.
- ¿Qué?
- No las muevas. – Repitió con el mismo tono haciendo más presión a las manos sobre la encimera. Frunció el ceño, más al perder el calor del cuerpo de él. ¿Qué pretendía?
Pronto el frío metal en la muñeca la hizo volver la vista a las muñecas. ¿Esposas? Apenas tuvo tiempo para reaccionar cuando se encontró con las dos manos esposadas, la cadena de las esposas llevada hacia delante para colgarla de una de las anillas de los accesorios de cocina, y una funda lo bastante gruesa como para impedir que pudiera sacarlas fijada.
- ¿Qué estás haciendo?
- Pedirte perdón… – Contestó con altivez. ¿Pedir perdón medio desnuda, esposada y a merced de él?
Sintió las manos de él sobre la cinturilla de sus vaqueros, cómo esas manos pillas iban hacia delante acariciando por encima en la zona más íntima y prohibida en ese momento. Nunca antes la había excitado tanto el sonido de la cremallera bajándose lentamente, notando cómo se habría cada presilla. Y el botón, una vez suelto, la había dejado tan húmeda solo eso. ¿Eso era perdón? ¡Era una tortura!…
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