Todavía no podía creerse que lo hubiera hecho. ¿Cómo había conseguido meterla en esa atracción? Encima duraba 20 minutos, 20 de espera que sabía no iba a poder soportar. Él se había sentado a su lado y miraba por las ventanas pero ella apenas podía levantar la mirada del suelo del lugar donde estaban. ¿Qué tenía de divertida una noria de columpio? ¡Si solo daba una vuelta y ya!
La mano de él acariciándole el costado hizo que temblara sin poder evitarlo. Estaba demasiado inquieta, y encima estaban a varios metros del suelo, del seguro suelo… Tenía que haberse callado lo del miedo a las alturas, quizás si se hubiera buscado otra excusa… pero no, él tenía que decir que podría curarla…
La mano de él la acarició en la mejilla empujándola levemente para que levantara la cabeza y pronto se encontró besada por él. Pero no eso conseguía quitarle el nerviosismo. Notó cómo se movía poniéndose delante de ella, arrodillado, abriéndole las piernas para situarse en ese lugar y presionar su vientre contra su centro.
Ella abrió los ojos y se apartó del beso preguntándole con la mirada, mirándolo perpleja mientras se daba cuenta que tenía las manos sujetas por las de él y ancladas al asiento. Él aprovechó para besar sus pechos, sobre la ropa, recorriéndolos con la lengua y mordiendo, quizás más fuerte de lo normal, atrapando pellizcos de carne que, si bien no dolían demasiado, si molestaban al principio.
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Relájate… Es una terapia que voy a enseñarte para que estés tranquila. – Y con esas palabras pareciera que, a su chico, le salían cuernos y tridente… Porque el tono de voz auguraba mucho más que una relajación.
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