Ver los ojos de ella brillando con la felicidad ya era un pequeño tesoro que albergaría toda la vida. ¿Cómo podía ser que una persona como ella hiciera que su corazón saltara de esa manera con una sonrisa como la de ella? ¿Cómo lograba aferrarse a su mente y ser imposible concentrarse cuando no estaba cerca de ella? Aunque claro, cuando la tenía cerca no podía pensar en el trabajo, solo en el cuerpo de ella sin esa ropa que se le marcaba incesantemente y le obligaba a apartar la mirada salvo que quisiera dar un espectáculo.
Esa sonrisa suya le hacía sonreír a él, como si la inocencia de un gesto tan simple fuera en realidad una bendición. Y sus labios moviéndose… ¿Por qué no los escuchaba? ¿Por qué estaba ensimismado viendo esos labios que ahora lo tentaban abriéndose y cerrándose, mezclándose con la lengua y produciendo palabras que no llegaban a sus oídos?
- ¿Perdón? – Agitó su cabeza para centrarse. Había sido una noche especial, una en la que las sorpresas iban de una en una, todo preparado para que fuera inolvidable. No iba a estropearlo ahora.
- ¿Puedo probarlo? – Repitió ella, su rostro ligeramente ruborizado por tal atrevimiento, mirando fugaz a sus ojos y al objeto de deseo.
- ¿Aquí? – Miró alrededor observando a otras personas en el restaurante. El rubor se acentuó y no pudo evitar una carcajada. Adoraba la dulzura y timidez de ella.
Miró su mano que escondía el regalo que le había hecho, un pequeño obsequio que sabía le haría ilusión, una bala vibratoria. Oh…. La de cosas que ella con esas dos palabras había provocado en él…
- Como mi princesa desee… Vamos a probarlo.
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