Estaba siendo malvado, lo sabía, pero era su pequeña venganza por haberlo enfermado. Él, que se había afanado en cuidarla, en estar atento a sus necesidades. Y en cambio ella se había vuelto una fiera buscando siempre su contacto, incitándolo y haciéndole que estar con ella fuera un cúmulo de tensión.
Solo cuando la fiebre le subió, preocupándole en demasía, ella se había acurrucado a su lado buscando sus mimos.
Ahora era su turno de vengarse. Después de varios días en cama, algunos de ellos los dos juntos, había decidido ir al parque de atracciones y montar en todos los columpios que sabía no le gustaban nada. La estaba haciendo sufrir, si, pero no era ni la mitad que él había sufrido estando excitado horas enteras por su culpa.
Tenía la cintura de ella rodeada por su brazo, casi sosteniéndola después de haber salido de la montaña rusa. Cometió entonces el error de mirarla, pálida y temblorosa, y se apiadó de ella.
La condujo hacia un paraje más tranquilo, apenas utilizado por los visitantes del parque instándola a sentarse en un banco. Allí la dejó para ir a comprar unos helados y se maravilló de la sonrisa que ella le obsequió al verlo con su helado favorito. Se lo había tomado en silencio, apoyada en él, respondiendo a sus caricias con suaves gemidos.
– ¿Dónde subiremos ahora? – Preguntó algo nerviosa. Él la miró y levantó la mano para quitarle una mancha pero se quedó a medio camino porque prefirió hacerlo entonces con la boca. Tocó con la punta de la lengua la comisura de los labios de ella hasta ver cómo la sorprendía, su boca abriéndose, indefensa ante el ataque que él iniciaba y se hacía dueño de ella, las manos fijándola a él, acercándola más.
No se decidía si morderla o darle besos. Quería todo de ella, la tenía y le parecía poco; sentía que el calor que emanaba de ella por la vergüenza de ser pillados in fraganti; pero ni eso le importaba, eso le hacía desearla más. Sus manos se movían nerviosas por el cuerpo de ella, más cuando posó las suyas, más menudas, sobre su pecho. Solo entonces se apartó de los labios y contempló la imagen misma de la lujuria.
– Nos vamos. – Dijo levantándose y tirando de ella. – La próxima atracción no es para cualquier público.
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