El ambiente estaba impregnado de vainilla, el olor favorito de ella, un olor que le recordaba a los flanes y natillas que hacía de pequeña, a los bizcochos cuando mezclaba los ingredientes antes de meterlo en el horno, o cuando le daba el primer mordisco, todavía caliente.
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Suspiró y medio gimió al notar el olor en su nariz, éste proveniente de su piel y, acariciando ésta, las manos de su pareja deleitándola con un delicado masaje desde que había llegado a casa agotada. Había sido un día horrible pero no estaba mal llegar y encontrarse a su hombre dispuesto para ella, para cumplir todas y cada una de sus órdenes. Lo que no esperaba es que él hubiera ido a comprar ese aceite de vainilla para regalarle un masaje como ese.
La había desnudado y conducido a la cama, le había pedido permiso para tocarla y ésta había accedido después de mandarle que se desnudara, y entonces la había tocado, con sus manos llenas de aceite, la botella volcada por su espalda, para recogerla con sus manos grandes y pasarlo por todos los rincones de su cuerpo. Ni siquiera sus piernas o los dedos de los pies se habían librado.
Ahora, él subido sobre ella presionando su miembro entre sus nalgas, ya erecto y duro, se afanaba para quitarle los nudos de estrés que tenía en los hombros y la nuca. Y estaba consiguiéndolo, no solo eso, sino que también se relajara y prestara más atención a su cuerpo.
Él inclinó todo su cuerpo sobre el de ella y le susurró algo al oído que le hizo sonreír pícaramente. ¿Quería penetrarla? No se lo pondría tan fácil, pero ella en el fondo también lo deseara, mientras que siguiera con ese masaje, así que eso le propuso, un masaje mientras él la penetraba, con la condición de que no perdiera el ritmo porque si lo hacía... Señaló hasta el lugar donde colgaba una mordaza y supo que él había entendido.
Iba a ser divertido.
Relato erótico by Kayla Leiz (enero 2013)
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