Como cada tarde, después de trabajar, iba hasta el parking a coger el coche y de ahí a casa. Pero ese día fue diferente, salí del ascensor y nada más salir, mi vello comenzó a ponerse de punta. Me paré, ¿Qué me estaba pasando?, no entendía nada.....
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A mí nariz vino un olor a perfume de hombre, me paré en seco. Giré sobre mí misma pero no había nadie. Tenía que salir de allí. A falta de cuatro plazas para llegar a mi coche, me choqué con algo.
No era algo, era alguien.
— Auch —levanté mi mirada y me topé con unos ojos azules, fríos como el hielo. —
Disculpe no le había visto — al respirar, supe que ese olor dulzón que había olida nada
más llegar a esa planta era la de él.
— No pasa nada, ¿Estás bien? — sus ojos pasaron de un azul frío como el hielo a unos
oscuros de deseo.
— Emmm, si creo — joder, ¿que me pasaba? No podía apartar mi mirada de la suya. Se le
hicieron unos hoyuelos en la mejilla que hicieron que mi mundo se descolocase.
Como pude bajé la mirada e intenté seguir mi camino pero algo me lo impedía y quemaba mi
muñeca. Miré hasta donde sentía esa quemazón y era su mano agarrándome.
— Te he dicho que estoy bien, si me dejas… Me tengo que marchar… — intenté zafarme
de su agarre pero me fue imposible.
— Niña…
— Marina.
— ¿Perdona?
— Que me llamo Marina. Y si no te importa tengo prisa.
Cuando me soltó, sentí alivio pero a la vez necesitaba de su tacto. Saqué las llaves del coche de
mi bolso, abrí la puerta y me metí en él.
Hasta que no me senté, no me di cuenta que había dejado de respirar.
Llegué a casa de Isa, me quedaba a dormir en su casa, cenamos, nos pusimos al día de todo,
pero omití el raro encuentro que había tenido en el parking de enfrente de mi trabajo y
cuando caí en los brazos de Morfeo, allí estaba él.
Él, alto, rubio, ojos azules y cuando sonreía unos ojuelos picarescos asomaban en sus mejillas.
Abrió la boca y solo oí como me decía Niña…
Vino hacia mí, mis piernas no hacían nada por moverse. Mis manos se interpusieron entre su
cuerpo y el mío, venía directo a mí, como de un león a su presa, sentía pánico pero también
como mis piernas con solo oler su perfume me comenzaban a fallar.
Me cogió antes de que me cayera. Su cuerpo ardía y quemaba cada parte de mi cuerpo que me
tocaba.
Nuestras bocas empezaron a fundirse, lentamente, me empujó y aterricé en una cama con
sábanas de seda.
En cada beso que recorría mi cuerpo, me dejaba marcas en las que sabía que esas huellas no
me las quitaría tan fácilmente.
Sólo hizo falta un simple lametón en mi preciado clítoris, para que llegase a un brutal orgasmo,
que me despertara de ese sueño, sudando y jadeando.
Ojazos, ¿Qué me has hecho para que sin saber tu nombre y sin prácticamente tocarme, haces
que llegue al mismísimo cielo?
Relato erótico by La chica de enfrente (@LaChicaDeEnfre2 ) (marzo 2021)
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