Placer y final inesperado - Retribución (VII)

Pasado el dolor del masaje, los pezones de ella se hincharon y adquirieron un color rosado fuerte que parecía igual que el que, sabía, tenía en su sexo. Le encantaba verlos en ese momento y saber cómo sacarle esa tonalidad. Jugueteaba con sus dedos presionándolos como si quisiera penetrarla también en esa zona.

Bajó la mano por los costados levantándose un poco de ella sin llegar a salirse y le rozó la pinza de su botón. Esa iba a dolerle mucho en ese momento, pero no alcanzaría el clímax, o eso esperaba que pasara.

Aumentó la intensidad del vibrador para parejas que tenía situando la otra parte justo al lado al clítoris y actúo deprisa quitando de golpe la pinza y empujando con su cuerpo el vibrador. Las manos de ella se cerraron en puños y notó la tensión en todo su cuerpo, su canal encerrándose en sí mismo. Pero estaba preparado.

Puso las manos sobre la cama y se empujó haciendo fuerzas con ellas hacia fuera para volver a penetrarla obligándola a abrirse para él. Ahora era cuando iba a cambiar el dolor por placer. Pero para ello tenía que conseguir que ella se replegara, que asumiera ese dolor por él.

La besó en los labios, en el cuello, mordiéndola como un vampiro para subir hacia el lóbulo de la oreja y, de ahí, introducirle la lengua en su canal. Y entonces lo notó. Notó como quería mover las piernas y encerrarlo, cómo quería sentirlo más profundo. Esa era su sumisa, su juguete, su esclava. Era la persona que ahora lo necesitaba y la única que lo tenía a él para eso. Porque ella era suya, pero él también era suyo.

Las embestidas eran cada vez más fuertes y rápidas para conseguir que su mujer llegara. Estaba tan húmeda que se deslizaba sin problemas y las vibraciones del juguete que tenían los hacía estar aún más cerca de ese orgasmo.

Metió la mano entre sus cuerpos y estimuló el clítoris ayudándole a alcanzar una mayor calentura. Ella forcejeaba con las cuerdas y miró sus muñecas. No quería que se hiciera daño. La mordió en el hombro avisándola que se estuviera quieta pero ella no parecía oírle. Entonces se retiró de ella provocando que lo mirara asustada.

Quieta. - Le ordenó entrando de nuevo.

¡Si! - Gritó ella deseosa.

Entraba y salía cada vez más rápido apoyando sus manos sobre los pechos, empujándola más abajo a ella para ir más profundo, y, aunque sabía que podía dolerle, él quería penetrarla más profundo, quería abrirla para él, llegar donde nadie había llegado, atravesarla con su lanza.

Así el orgasmo de ella lo pilló por sorpresa, igual que el suyo, ambos gritando por su propio placer mientras el sexo de uno se hinchaba para liberarse después, y el de ella ardía como un volcán rodeándole a él de una humedad que le hacía volver a alcanzar el clímax.

Él se derrumbó sobre ella, sin aliento, todavía con los espasmos de su miembro en el interior de ella, ese temblando y mojándole más. Alzó la cabeza y la besó mientras sus manos iban a las cuerdas y la desataban para sentir los brazos de ella abrazándole y sus uñas arañándole la espalda mientras todavía alcanzaba un nuevo orgasmo.

Apenas podía moverse después de semejante explosión. Notaba como si su sexo estuviera demasiado lleno, demasiado servido y satisfecho como para volver a hacer algo más. Cuando notó las manos de él desatándola pensó que podía dormir un rato en sus brazos.

Lo notó levantándose y soltándole las piernas masajeándoselas como había hecho con las muñecas y sonrió. Pero cuando la hizo darse la vuelta su instinto le hizo mirar hacia atrás donde él ya tenía puesto un condón y parecía buscar de nuevo guerra. ¿Podía ser posible que después de semejante orgasmo, tuviera ganas de más?

Sintió sus manos abriéndole las nalgas, sus piernas casi en el aire con la postura en que la había puesto, su pene situado para empujar. Y eso hizo, empujó con fuerza entrando, abriéndola para él a pesar de ser un poco doloroso.

Ella se cogió a la sábana y quiso escapar pero las manos de él, como garras, se lo impidieron y no le dejaron escapatoria. Ahora era suya solo, y su placer estaba entre sus piernas, haciéndola que lo aceptara en un lugar que normalmente no entraba nada, sino al contrario.

Poco a poco la intrusión empezó a sentirse placentera y se dejó llevar. Dejó que él se inclinara sobre ella, que le arañara con las uñas en la espalda como si le diera un masaje, mientras cada vez era más fácil penetrarla y empezaba a sentir deseos de tocarse. Hasta su botón llevó la mano cuando la de él la interceptó.

Lo sintió correrse dentro de ella volviéndose más caliente pero ella no llegó. Lloró por él pero se apartó y la miró mientras se quitaba el condón.

Por haber intentado darte placer, te quedas sin él. - Se subió en la cama metiéndola a ella también en la cama y la abrazó besándola en la frente. - Buenas noches cariño.


Relato erótico by Kayla Leiz (febrero 2013)


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